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La Visión. Capítulos 4 y 5.

CAPÍTULO 4: EL TERROR DE VERSALLES.


Verano de 2016


Cuando la policía llegó al número 13 de la Calle Versalles, no tenían ni idea de dónde se estaban metiendo.

Eran las 3:45 h. de la madrugada cuando el primer coche patrulla se detuvo frente a la puerta de madera del desvencijado edificio de color verde mostaza que había al final de la calle. Un vecino del barrio había alertado a los servicios de emergencia cuando, mientras se encontraba paseando a su pequeño Cocker Spaniel por el barrio, después de salir a tomar unas copas, observó las llamas saliendo por una de las ventanas del primer piso. Un sábado de noche no es el mejor día para que tu casa arda en llamas.

Nadie en el barrio tenía el más mínimo contacto con el hombre que residía allí. Algunos recordaban vagamente a la familia que había residido allí hacía ya muchos años, pero eran ya recuerdos borrosos del pasado. La mayor parte de los vecinos eran jóvenes que habían llegado al barrio en los últimos diez años, cuando el ayuntamiento sacó adelante un plan para recuperar la zona y levantó enormes edificios de protección oficial; y no sabían nada sobre él y, probablemente, ni siquiera se habían parado a pensar quién vivía allí o, sencillamente, si residía alguien en aquel viejo y a la par extraño edificio. El morador de la vivienda rara vez se dejaba ver por el vecindario durante el día y, cuando lo hacía, siempre llevaba gafas de sol y la cabeza cubierta con una capucha. El edificio permanecía allí, impasible ante el paso del tiempo, como congelado en los años ochenta. Los niños de la zona decían que era una casa encantada, como las de las películas, y hacían apuestas para ver quién se atrevía a acercarse más al portal o, si reunían el valor suficiente, entrar dentro de él.

Una vez, hace ahora dos años, alguien se dejó el portal abierto, lo cual no era habitual ya que tan solo seguían viviendo en ese edificio tres personas, así que tenían cuidado de cerrar bien la puerta. Dos niños que pasaban por la acera de enfrente se dieron cuenta de que estaba abierto y decidieron hacer una pequeña incursión por sus entrañas. Pero, justo al entrar en ese tétrico y oscuro portal, se toparon con un hombre mayor, según le contaron a sus amigos tendría unos ciento cincuenta años y grandes colmillos en la boca, así que la excursión acabo bastante más rápido de lo previsto y terminó siendo un simple reconocimiento superficial del terreno. Salieron de allí como si hubieran visto un fantasma; y eso era lo que ellos creían haber visto, mas o menos. Pero lo único que vieron fue al vecino del tercero bajando a tirar la basura, encorvado por los años, que no eran ciento cincuenta, y con un cigarro apagado en la boca, descansando sobre la comisura de los labios.

Los curiosos, al oír las sirenas de la policía, los bomberos y las ambulancias, salieron a las ventanas para ver qué era lo estaba pasando. Decenas de personas se congregaron en las inmediaciones del edificio, así que la policía tuvo que acordonar la zona para dejar trabajar a los bomberos con normalidad. Quizá si fuera otro edificio no habría levantado tanta expectación, pero ese en particular llamaba la atención de todos los curiosos del barrio. Los jóvenes querían saber quién vivía allí, quién era ese hombre extraño que casi nunca se dejaba ver en público. Los mayores recordaban vagamente a ese niño, y querían saber si seguía allí, o simplemente ver qué había pasado con él.

Los bomberos tardaron casi tres horas en apagar las llamas. El incendio había comenzado en la primera planta. Según rezaba el informe de los bomberos, provocado por las chispas de un enchufe en mal estado. Las chispas saltaron a las cortinas que tenían justo delante y, desde ahí, las llamas se habían extendido con rapidez por toda la vivienda. Después de un buen rato ardiendo, sin que nadie se percatase de ello, se había extendido por el resto de los pisos a través de las escaleras. La madera es buena amiga del fuego y las escaleras estaban construidas con ese inflamable material, por lo que las llamas habían calcinado el edificio hasta los cimientos. El tejado se había desplomado sobre la estructura cuando las vigas de madera no pudieron soportar las altas temperaturas y comenzaron a consumirse. El vecino del tercero estaba durmiendo cuando ocurrió. Según la autopsia murió asfixiado por el humo, antes de que las llamas hubieran alcanzado su vivienda. Ni siquiera fue consciente de lo que pasaba, murió mientras dormía. La anciana del segundo piso despertó e intentó huir, pero no llegó a atravesar el umbral de la puerta. Las llamas estaban ya en las escaleras y la manilla de la puerta debía estar por lo menos a trescientos grados cuando intentó abrirla. Probablemente se despertó al escuchar ruidos en las escaleras: era el fuego quien llamaba a su puerta. Su cadáver calcinado se encontraba en el pasillo, justo delante de la puerta de salida, y presentaba varias fracturas óseas que, según la autopsia, fueron causadas por el impacto de la puerta al salir despedida por la presión ejercida por el fuego desde el otro lado. En el primer piso no había nadie, al menos ese momento.

Cuando los bomberos dieron el visto bueno para que los investigadores de la policía accedieran al lugar, se encontraron con una sorpresa que no olvidarían en sus vidas. En el piso aparecieron varios cadáveres, pero, según las autopsias, no habían muerto en el incendio. Es más, llevaban muertos al menos treinta años. Y la palabra cadáver tampoco es la más adecuada para lo que allí se encontraron. En el dormitorio principal había una enorme caja fuerte de acero donde hallaron las cabezas mutiladas de cuatro personas metidas en grandes tarros de metacrilato y sumergidas en formol: dos eran hombres y dos mujeres.

Las identidades de dos de ellos coincidían con dos adolescentes que habían desaparecido en los años 90´s: Noelia Palomares y Roberto Abriles. Al principio se creía que se habían fugado de casa, al fin y al cabo eran dos jóvenes conflictivos y rebeldes. Según los padres de Roberto, era un chico rebelde que disfrutaba desafiando a toda autoridad que se le pusiera delante. Siempre estaba intentando llamar la atención y había amenazado varias veces con marcharse con su novia y hacer su propia vida muy lejos de allí. Noelia tampoco se quedaba corta. Tenía constantes discusiones con sus padres y se había escapado de casa en varias ocasiones, pero siempre regresaba al día siguiente pidiendo disculpas. Con semejantes antecedentes, la policía no tuvo más remedio que seguir la hipótesis de la fuga como la vía de investigación más pertinente; aunque no descartaron las demás hipótesis e interrogaron a los sospechosos habituales por si se tratase de un secuestro. Pero la fuga siempre fue la principal vía de investigación. Y, con el paso del tiempo, el caso se fue enfriando y la gente se fue olvidando de todo, como pasa siempre. Al final se convirtieron en dos nombres más entre los casos de desaparecidos más sonados del país.

Los otros dos fallecidos resultaron ser los propietarios del domicilio: Antonio Recaredo y su mujer María Corrales. Lo curioso es que llevaban muertos más de veinte años, según la autopsia y las pruebas forenses practicadas. Pero según los registros estaban al día en todas sus obligaciones. Seguían pagando las facturas y seguían teniendo cuenta bancaria. Todo seguía siendo normal para los archivos municipales y estatales en lo que respectaba a Antonio Recaredo y María Morales; alguien se había encargado de que los registros no levantaran sospechas.

Las cuatro cabezas estaban sumergidas en una solución amarillenta, compuesta en su mayor parte por formol. Los cabellos flotaban libres en el liquido elemento, dentro de los enormes tarros de metacrilato en los que se hallaban sumergidas. Era una visión dantesca. Uno de los policías que abrió la caja fuerte declaró textualmente que ≪parecía que te estaban mirando directamente a los ojos, como si todavía estuvieran vivos≫.Ahora todas las miradas estaban puestas en la única persona que podría corresponder con el morador de la vivienda. Y eso no era otro que el hijo de Antonio y María: Tomas Recaredo Morales.








CAPÍTULO 5: CUANDO LAS PESADILLAS SE HACEN REALIDAD.


2017


−¿Dónde estabas aquel día? Haz memoria, quiero que me hables sobre lo que estabas haciendo cuando se desató el incendio: dónde estabas, qué sentiste…

−Me gusta salir a pasear por las noches, a la luz de la luna, cuando nadie coarta mi tranquilidad. Ese noche, como casi todas, había salido a dar un paseo. Hacía una noche esplendida y, como de costumbre, me puse una sudadera de capucha, una negra con bolsillos delante, me tapé la cabeza y salí a pasear bajo el cielo estrellado. Quizá los seres de mis pesadillas vengan de ese cielo estrellado, quién sabe. Recuerdo que estaba caminando por el puerto, con los auriculares puestos, escuchando Radiohead. Recuerdo que sonaba Creep. ¿La conoce?:


≪I want you to notice

When I´n not around

You´re so fuckin´ specialI

wish I was special

But I´m a creep.

I´m a weirdo.

What the hell am I doing here?

I don´t belong here≫.


−Sí, la conozco. Es una buena canción. Aunque yo no soy mucho de escuchar música.

−Es un temazo con todas las letras. Siempre me he sentido identificado con esa canción. Es como si Thom Yorke la hubiera escrito para mí. Como si pudiera entender cómo me siento y decidiera plasmarlo en una canción. No sé si me entiende.

−Te entiendo. Continúa, por favor.

−Estaba ensimismado, pensando en mis cosas, tarareando la canción en mi cabeza, y de repente veo dos coches de policía que pasan a toda velocidad en dirección a mi calle. Claro que podían ir a cualquier sitio, pero una sensación de desasosiego me recorrió el cuerpo como un escalofrío repentino. Ahí estaba yo, parado, pensando si habría ocurrido algo malo en mi casa, o si le habría ocurrido algo malo a mi familia. Y a los pocos segundo pasan dos ambulancias y un camión de bomberos en la misma dirección. Iban con las sirenas puestas, lo cual me hizo pensar en la gravedad de lo que fuera que estaba pasando. A esas horas de la noche no ponen las sirenas a menos que sea algo muy grave. Me di medía vuelta, sin pensarlo, y salí corriendo en dirección a casa.

No podía dejar de pensar en mis padres, ya no tienen edad para salir corriendo en caso de una situación de emergencia.Cuando llegué allí el mundo se me cayo encima. El edificio parecía una enorme hoguera de San Juan, con las llamas saliendo por todas las ventanas y levantándose amenazantes varios metros por encima del tejado. Temí por mis padres, yo soy el único que los cuida y no estaba en casa para ellos en el momento en el que más me necesitaban. Aquello era como estar en una de mis pesadillas. En cualquier momento aparecería ese odioso ser con la cabeza de mi padre colgando de su pútrida y asquerosa mano, goteando sangre sobre el asfalto.

Entonces me di cuenta de que no podía hacer nada por ellos, era demasiado tarde. Era como si mis peores pesadillas se estuvieran haciendo realidad ante mis ojos. Llegaba tarde a salvar a mis padres, ya estaban muertos, ese ser lo había hecho de nuevo, los había matado. Me quedé allí, pasmado, viendo cómo el único hogar que había conocido, el único lugar al que podía llamar hogar, se consumía hasta los cimientos. Entonces lo vi. Ahí estaba de nuevo. Cuando las llamas cesaron, entre el humo, emergió la silueta inconfundible de ese ser maligno, sacando medio cuerpo a través de la ventana calcinada, con las manos levantadas como un deportista que acaba de ganar un título o un trofeo. Y colgando de sus manos, con los pelos enredados entre sus dedos, estaban las cabezas de mis padres, chorreando sangre oscura y putrefacta. Podía sentir el hedor de la sangre desde allí abajo. Pero esta vez no era una pesadilla; aunque lo vivía con la misma intensidad y me resultaba igual de real que en todas mis pesadillas. Esta vez era real. Algo me decía que era real.

−Bueno, Tom, creo que tengo todo lo que necesito. Mañana solicitaré tu traslado a Santa Clara. Allí tengo a mi disposición los más modernos medios y al personal mejor cualificado y podré tratarte con todas las garantías que tu caso requiere.

−Me imaginaba que pasaría esto −Tom se mesó el pelo con cuidado, echando el flequillo hacia atrás para que no difuminara su campo de visión−. No se ha creído ni una sola palabra de todo lo que le he contado. Es comprensible, yo mismo he dudado de lo que veo en muchas ocasiones. Pero puedo asegurarle que lo que le he contado es tan real como lo somos usted y yo. Si no fuera así, no podría distinguir la realidad de la ficción, estaría siempre en un estado de incertidumbre que me quemaría la cordura poco a poco. Pero yo sé lo que veo y lo que siento, sé lo que oigo y lo que toco. Yo sé lo que huelo, no lo dude. Y el olor de la sangre, ese olor ácido y acre que se te mete dentro y ya nunca te abandona. Ese olor es real, tan real como usted, ahí sentado mirándome, escuchando la historia de mi vida, fingiendo que le interesa, sacando conclusiones desde el otro lado de la mesa. Usted ha tomado su decisión desde el principio, desde la primera vez que se ha sentado en esa silla. Ha decidido que yo estaba loco, que soy un psicópata asesino que ha perdido la cordura y no sabe distinguir el bien del mal, que no sabe distinguir el mundo real del mundo de los sueños. Ha decidido, ya antes de conocerme, que soy un demente que vive en una constante pesadilla.

−Te equivocas conmigo, Tom. Yo estoy aquí para ayudarte, para hacer que las cosas mejoren −se quitó las gafas, una de esas gafas cromáticas, que siempre tienen los cristales un poco oscuros, y miró a Tom a los ojos−. Estoy aquí para conseguir que seas trasladado a un lugar mejor, a una institución donde yo podré tratarte a tiempo completo, sin interrupciones ni formalismos legales.

Tom lo miró a los ojos, por primera vez en todo ese tiempo, y solo entonces fue consciente de la profundidad de su mirada. Eran unos ojos negros como el azabache, con forma de avellana. Eran unos ojos completamente negros, sin fisura alguna. Las pupilas ocupaban la totalidad de sus ojos como si fuera un gato a plena luz del sol. Conocía muy bien esa mirada. No era la primera vez que la sentía sobre su ser, que sentía cómo le aplastaba el peso de esos ojos negros inquisitorios que le miraban ahora. Había visto esos ojos ya demasiadas veces en su vida.





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