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La Visión. Capítulo 3: La bestia interior.


2017


-Buenos días, Tom. ¿Cómo te encuentras hoy?

-Un día más. Un día menos. No es más que un simple día, un día como otro cualquiera de todos los anodinos días que componen el puzle de una vida sin sentido. Simple rutina. La vida no es más que un montoncito de piezas a las que llamamos días, las cuales se van uniendo unas a otras hasta formar un puzle sin demasiado sentido que terminamos tirando a la basura una vez lo hemos terminado. Eso es todo. Por muy bonito que sea el puzle, terminará en el mismo lugar, un cubo de basura. Así que, ¿para qué preocuparse de lo que haces o lo que dejas de hacer? No va a cambiar nada. Hagas lo que hagas, digas lo que digas, veas lo que veas, sientas lo que sientas, sea como sea tu vida, terminarás el puzle y después, se acabó, a la basura. Entonces para qué preocuparse de hacer que cada día cuente, jactarse de hacer cosas divertidas, o ayudar a los demás… Al final el puzle va a salir igual: con más o menos piezas, en blanco y negro o en color, más claro o más oscuro; pero el puzle terminará saliendo, y terminará en la basura, te guste o no te guste. Eso es lo que va a pasar. Tu puzle no es muy diferente del mío, ¿sabes?. Puede que hasta termine siendo más pequeño que el mío; eso nunca se sabe, ¿verdad?

−Así que esa es tu manera actual de ver la vida, Tom. Es una visión bastante derrotista sobre la existencia. Entiendo, y en parte hasta comparto, el hecho de que pretendas quitarle importancia a los actos que realizamos en vida. Es una manera de justificarnos por las cosas que hacemos para no tener que lamentarnos y entrar en una espiral de autodestrucción. Pero, aun así, puedes hacer cosas positivas con las que podrás redimirte por tus pecados. Si intentas compensar las acciones negativas de tu pasado con acciones positivas puede que comiences a ver la vida de otra manera.

Tom se quedó callado. Permaneció así durante lo que pareció un interminable lapso de tiempo, en una especie de trance. Su mente, en ocasiones, se perdía entre los ríos de información que discurrían por su cerebro. Era como si fluyeran libres, como un montón afluentes que se incorporan constantemente al caudaloso río principal, sin demasiado orden, quedando toda la información amontonada sin que nadie consiga crear un sistema eficiente de organización que pueda poner un poco de orden entre tanto caos. Entonces, su mirada quedaba perdida en un mundo infinito de divagaciones. Era mejor no interrumpir.

Se levantó e introdujo una moneda en la maquina de café que había en el pasillo. No era el mejor café del mundo, pero no estaba mal. El sonido de la maquina resultaba hipnótico: ≪plic… plic… plic… plic…≫.

−Es como el sonido de la sangre goteando sobre el suelo. Es como el sonido que escucho en mis pesadillas. Si pudiera usted verlas… quizá si pudiera entrar en mis pesadillas no me vería de la misma manera.

Cogió el café con cuidado, agarrando el vaso de cartón por la parte superior. Salía extremadamente caliente, y lo último que quería era quemarse los dedos.

−¿Quieres algo, Tom? De la maquina, claro.

−¿Tiene usted pesadillas?

Dudó un instante, pensativo. Dejó la maquina a un lado y se centró en Tom.

−Supongo que sí. Todo el mundo tiene pesadillas, aunque a veces no seamos capaces de recordarlas o solo seamos capaces de recordarlas durante unos efímeros instantes que se esfuman como si se tratase de una bocanada de humo exhalada en medio de la niebla. Cuando son muy traumáticas es cuando conseguimos recordarlas durante más tiempo; como si nos marcaran en lo más profundo de nuestro ser.

−Mis pesadillas son como recuerdos imborrables. Son jodidos recuerdos que permanecen inalterables a lo largo del tiempo. No se borran nunca de mi memoria. Permanecen ahí para siempre, inalterables. Son enormes lagunas insondables que llegan hasta lo más recóndito de mi consciencia. Son más reales que esta conversación que estamos manteniendo ahora mismo. Le aseguro que no tienen nada de efímeras.

−Lo sé. Y por eso estoy aquí, para ayudarte con tus pesadillas.

−Sabe… en el instituto estuve saliendo con una chica. Yo no diría que era mi novia; aunque me hubiera gustado poder decir que lo era. La verdad es que ella era la novia de uno de los chicos malos del instituto. Ya sabe a qué me refiero. Se llamaba Noelia. Y puedo asegurarle que era una verdadera preciosidad. La verdad es que siempre he dudado que yo estuviera a su altura. Siempre creí que la verdadera razón por la que estaba conmigo era por compasión. Pero al final resultó que estaba equivocado. Lo cierto es que estaba conmigo para aprovecharse, solo eso. Y tal vez para reírse de mí, eso tampoco lo descarto.

Nunca hicimos nada serio. Debería haberme dado cuenta de que no era normal que pasara tanto tiempo conmigo. Como mucho, yo intentaba besarla a escondidas, cuando nadie estaba presente para ser testigo, y siempre de manera fugaz. ≪Ya es suficiente, Tom, alguien podría vernos. Y ya sabes cómo se pondría Rocky (así llamaban a su novio, imagínese por qué) si se enterase de lo nuestro. No quiero ni pensar en lo que te haría… ya sabes que no podría soportar que te hiciese daño≫. Sí, eso era lo que ella decía para cortar cualquier atisbo de romanticismo o sexualidad por mi parte.

Como ya habrá podido deducir a estas alturas de la historia, Noelia no tenía ningún interés remotamente romántico en mí; y mucho menos sexual, que al fin y al cabo era lo que yo buscaba a esa edad, aunque fuera de manera inconsciente. No nos engañemos, yo tenía por aquel entonces catorce años. Está claro que mis motivaciones más primarias era sexuales, al fin y al cabo las hormonas están como locas a esa edad. Pero ella manejaba los hilos como una verdadera maestra. Me tenía comiendo de la palma de su mano. Cualquier cosa que ella desease, ahí estaba yo para hacerla realidad. Cuando lo pienso ahora, creo que el cabrón de Rocky estaba al tanto de todo. Incluso apostaría a que él la incitaba a hacerlo. No olvidemos que Rocky era el típico abusón, ¿quién sabe lo que se movía dentro de su retorcida mente? −levantó el dedo índice y lo hizo girar en círculos a la altura de la sien.

Pero llegó un momento en el que las cosas comenzaron a complicarse demasiado. Una tarde de Junio, cuando los días son ya tan largos que casi no dejan espacio para las noches, nos fuimos a la biblioteca de la universidad a estudiar para los exámenes finales. Ese era uno de los beneficios que Noelia sacaba de nuestra extraña relación. Yo era muy bueno en los estudios, así que ella se pegaba más a mí cuando llegaba la época de exámenes.

La biblioteca de la universidad cerraba a las diez, así que aprovechábamos hasta el último minuto para sacar el máximo partido a las largar tardes de estudio. Al salir de la biblioteca nos encaminamos hacia casa, manteniendo una animada charla sobre literatura, que era lo que habíamos estudiado esa tarde. Nada como la literatura para animar el romanticismo de un chico.

La oscuridad comenzaba a envolvernos y, como no había nadie en la calle, decidí despedirme por todo lo alto, como lo haría un verdadero novio. Cuando se acercó para darme un tierno beso en la mejilla, como acostumbraba a hacer siempre, pensé que era mi momento: la agarré con ambas manos y la besé con toda la pasión que guardaba dentro. Estoy seguro de que, a través de su vaporoso vestido blanco, pudo sentir mi erección contra su entrepierna. Como estaba lanzado, baje las manos hasta sus nalgas y me aferré a ese delicioso culo con ambas manos. Tendría que haberlo visto. Era pequeño y firme, con forma de corazón. Muchos hombres habrían matado por ese culo.

Por supuesto, la cosa no quedó así. Ella intentó zafarse al instante, tan pronto como sintió mis labios contra los suyos. Pero yo era más fuerte, y no se lo permití. Introduje la lengua en su boca y froté mi verga contra su entrepierna, mientras ella forcejeaba para zafarse y me empujaba con toda su alma.

Cuando por fin consiguió apartarme un poco, intentó darme un rodillazo en las pelotas, pero erró el golpe y me dio en el muslo. Para entonces ya era tarde, ya me había corrido. Sentía la cálida y reconfortante humedad en los pantalones y una enorme sonrisa cubría mi cara de lado a lado. La oveja se había convertido en el lobo.

Ella no se lo tomó nada bien, como era de esperar. Debió ir directa a contárselo a Rocky, porque al día siguiente, cuando salíamos de clase, estaba esperando por mí en el aparcamiento. Estaba serio, como un padre que espera a su hijo en la salón a las dos de la madrugada cuando le había dicho que regresara a las once. No era precisamente un tipo locuaz, así que no esperaba que me sermonease. Me sacaba una cabeza de alto, y debía de pesar unos veinte kilos más que yo. Un brazo suyo era tan ancho como uno de mis muslos, o incluso más. Ese día llevaba puesta una gorra negra con el símbolo de Puma en el centro en color rojo. Lo recuerdo porque pensé que ese animal iba a destrozarme de un solo zarpazo.

Los nervios se apoderaron de mí por completo. Estaba realmente atemorizado; pero no me arrepentía de nada de lo que había hecho.

Se acercó a mí, despacio, agachó un poco su enorme envergadura, y me dijo: ≪Eres un cerdo repugnante, bicho raro −lo de bicho raro lo dijo remarcando mucho cada silaba−. Te voy a reventar esas canicas que tienes por pelotas para que no vuelvas a pensar en mi chica de esa manera≫.

El primer puñetazo me alcanzó justo en la boca del estómago. Con él doblego no solo mi cuerpo, sino también mi voluntad. El siguiente fue en pleno rostro, y me dejó noqueado. No recuerdo qué más pasó después de ese segundo golpe; pero sí sé que me dio una paliza delante de todo el mundo, para demostrar quién mandaba allí y cuál era mi lugar en ese instituto. Le aseguro que fue la última vez en mi vida que recibí una paliza.

Pasé varios días sin ir al instituto. Fingía estar enfermo, y cuando eso ya no funcionaba, simplemente me iba a dar una vuelta, a pensar en mis cosas, a relajarme lejos de toda esa mierda. Mi lugar favorito para pensar era una pequeña playa a la que nadie acudía nunca. Se encontraba oculta detrás de un cementerio y el acceso era bastante complicado. Casi nadie sabía de su existencia, así que eso, unido a la dificultad que conllevaba llegar a ella, hacía de esa cala el lugar idóneo para mí. La playa de Los Desamparados, así era como yo la llamaba. Allí me pasaba las horas leyendo, o pensando en cómo vengarme por lo que me habían hecho. Pasaba muchas horas allí, y mi mente divagaba y divagaba, dando forma a estúpidos planes sin sentido para consumar mi venganza. Le aseguro que cada plan era más retorcido y estúpido que el anterior; pero no eran más que divagaciones de un adolescente enfadado.

Lo peor de todo es que después de aquel episodio los sueños se acentuaron y se fueron haciendo cada vez más intensos. Podrían calificarse como verdaderas pesadillas, o, por lo menos, a mí me lo parecía así.

Me levantaba de la cama, adormilado, pero todavía era de noche. Estaba un poco desorientado y sudaba a mares; hacía un calor asfixiante, aunque todavía no había salido el sol. Me vestía, desayunaba y preparaba la mochila, como cada día, y acudía al instituto con toda normalidad. Pero al llegar al instituto era cuando me daba cuenta de que las cosas no iban bien. El instituto estaba completamente vacío; allí no había nadie, absolutamente nadie. Era como si me hubiera transportado a una película apocalíptica, de esas cutres en las que acaban muriendo todos los adolescente. Pero puedo asegurarle que para mí era tan real como este instante que estoy viviendo ahora mismo, como estar aquí sentado con usted.

Llegaba a mi aula y me sentaba en clase, yo solo. No sé por qué lo hacía, supongo que por costumbre. ¿Qué haría usted si se encontrase con un mundo vacío? Yo creo que lo normal sería tomárselo con normalidad, hacer lo mismo que tenías pensado hacer y esperar que todo sea un mal sueño, o una broma pesada, y la gente comience a aparecer en cualquier momento.

Así que allí estaba yo, sentado en el mismo centro de una clase completamente vacía. Entonces la puerta se abría y entraba el profesor; solo que no era el profesor, era otra vez ese ser repugnante de mis pesadillas. Se sentaba en la mesa y me miraba fijamente a través de sus ojos almendrados completamente negros. Tras unos segundos de silencio, se levantaba y comenzaba a escribir en la pizarra: ≪Abran sus libros por la página cuatro: Las implicaciones Freudianas del subconsciente≫.

Y qué iba a hacer yo. Estaba en el medio de un aula completamente vacía, y con esa cosa sentada en la mesa del profesor. Cojo la mochila, que se encontraba justo en su sitio habitual, detrás de mí, colgada en la silla, y la coloco encima de la mesa. Introduzco la mano en su interior, como lo haría en cualquier otro momento, sin darle la menor importancia, al fin y al cabo solo iba a quitar el libro. Pero allí no había ningún libro, allí había algo sedoso, como finos hilos de algodón. Lo agarré firmemente, y lo extraje con cuidado; y también con miedo.

Me quedé helado, sin capacidad de reacción. Lo que había dentro de mi mochila era la cabeza de Noelia. Estaba seccionada a la altura del cuello y un fino reguero de sangre manaba desde su otrora suave y delicado cuello, que ahora colgaba en sucios jirones de carne desgarrada y mutilada. Sus ojos me miraban fijamente, y todavía podía vislumbrar un atisbo de vida en lo más profundo de su mirada. ≪Ayúdame, Tom≫, parecían suplicar.

Levanté la vista, dirigiendo mi atención a la mesa del profesor. Ese ser repugnante daba la impresión de estar sonriendo, aunque no podría explicar por qué, ya que no tenía boca; al menos ahora no la tenía. Abrió el maletín que tenía sobre la mesa, e introdujo la mano en su interior. Era uno de esos maletines de piel de color marrón, blandos, que se abren por la parte de arriba. Como los de los médicos, no sé si me entiende.

Entonces sacó la mano de su interior y pude ver que llevaba una maraña de pelo negro enredada entre los dedos. No le voy a decir que me sorprendiera lo que vi, ya empezaba a acostumbrarme a vivir esas experiencias. Alzó la mano, primero despacio, y al final de un golpe repentino, como levantando un trofeo. Y, colgando con gracia entre sus dedos, tenía bien sujeta la cabeza de Rocky. Su estúpido semblante es algo que no olvidaré con facilidad. Creo que en ningún momento sentí lástima por ese hijo de puta. Quizá lo que siento sea todo lo contrario.

−¿Qué pasó después? Me refiero, después de estos acontecimientos. ¿Cómo continuaron las cosas para ti en el instituto?

−La gente comenzó a verme de otra manera. No sé muy bien qué fue lo que pasó, pero el resto de los chicos comenzó a apartarse cuando yo pasaba. Incluso giraban la cabeza para no cruzar la mirada conmigo. ¿Se lo puede imaginar? Pasé de ser un rarito flacucho a ser el tipo con el que nadie quería tropezarse en los pasillos. Antes los chicos se tropezaban conmigo a propósito, para hacerme caer o para golpearme contra la pared. Ahora se apartaban de mí, como si me tuvieran miedo.

A Rocky y a Noelia no los volví a ver nunca más, desaparecieron de un día para otro. No sé si se cambiaron de instituto o si me evitaban. Tal vez, simplemente, era yo el que los evitaba de manera inconsciente. Lo cierto es nunca más los volví a ver y, por supuesto, no pregunté a nadie por ellos. Ya me habían hecho bastante daño, no quería darles la oportunidad de volver a jugar conmigo como si fuera su muñeco de trapo.

−¿Nunca te preguntaste qué había sido de ellos? Estabas enamorado de Noelia, pensarías en ella después de lo que pasó.

−Después de lo que me hicieron, lo último que quería era volver a verlos. Aunque reconozco que me costó olvidar a Noelia… pero lo de Rocky fue bastante fácil. Prefiero recordar su semblante bobalicón colgando de la mano de ese ser en mis pesadillas y no todo el daño que me hicieron.

Pero Noelia… eso era diferente. Todavía me excito cuando pienso en ella. Pero qué importa eso. Ella se aprovechó de mí, me hizo daño, me trato como a una mierda; incluso sabiendo lo que yo sentía por ella. Ninguno de los dos se merecía que perdiese el tiempo pensando en ellos. Así que los borré de mi existencia.

Dejé de frecuentar los sitios a los que acostumbraba a ir con Noelia: la biblioteca, el Café de Joey, la hamburguesería Brasas...

También dejé de pasar por las calles en las que podía cruzarme con Rocky. Y por supuesto, no volví a frecuentar el Parque de Tierra que hay detrás de los juzgados, donde él siempre pasaba las calurosas tardes de verano jugando al fútbol, fumando y bebiendo cerveza con su pandilla de amigotes. ¡Vaya grupito formaban!

Como no íbamos en la misma clase, no me fue difícil perder el contacto. Después de lo que pasó, solo los veía en mis pesadillas. O tal vez podría decir que solo los veía en mis sueños.





























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